Siempre te hacía cosquillas para despertarte

Relato incluido en la antología Máscaras rotas.

Tu madre siempre te hacía cosquillas para despertarte. Me lo contaste cuando todavía éramos amigas, pero igual ni te acuerdas. Era tu momento preferido. El mío, cuando mi padre volvía de sus largos viajes y me daba un achuchón largo, largo, y el tiempo se paraba sólo para nosotros. Pero eso no te lo había contado nunca. Como tantas y tantas cosas que se nos quedaron pendientes cuando empezaste a juntarte con la pandilla y nos alejamos.

Al principio no te gustaban mis cosas raras, como la poesía o los juegos de rol, pero alguna vez probaste y te gustó aunque no lo reconocieras. Tú y yo nos entendíamos a nuestra manera, muchas veces sin tener que hablar. Pero entonces llegaron los demás y tus bromas se convirtieron en desprecio y en burla. ¿Qué te hice para que me trataras así? ¿Qué te hice para que te olvidaras de todo lo que nos unía y me hicieras tanto daño?

Algunas cosas pasan y no les das importancia. No las cuentas para no parecer tonta y porque te da vergüenza que todo el mundo crea que eres una friki. Un día te gastan una broma y todos se ríen de ti. Otro día te quitan el desayuno porque total, a ti ya te alimentan tus chorradas de loca. Otro día te encuentras alguna burrada en la mochila y sabes que te están mirando y se están cachondeando pero no te atreves a levantar la vista para que la carcajada no resuene en todo el pasillo. Ese día te conviertes en una cosa, en un bicho raro, en alguien con quien es mejor no estar. Al poco tiempo vienen las malas notas y en casa todo se pone serio, y sabes que no es tu culpa pero te sientes fatal y no te salen las palabras para explicarlo. Tú sabes que mis padres siempre han sido muy comprensivos conmigo, que lo hemos hablado todo y hemos toreado muchos malos rollos de esa manera. Pero en ese momento te sientes tan agobiada que lo único que te sale es llorar a escondidas. Ahí sí te eché de menos. Tú me hubieras consolado dándome la mano sin decir nada.

Un día se lo conté a la tutora. Me envalentoné y se lo conté todo con pelos y señales. Me escuchó hasta el final, y cuando terminé, me dijo que no era para tanto, que en su época… Y ya no sé qué más porque me empezaron a pitar los oídos y me desmayé. No te he contado que por aquella época también había dejado de comer. No era anorexia ni mierdas de esas. Era que no tenía hambre. La comida no me entraba, así que hacía como que comía y tiraba casi todo el plato de escaqueo. El mes y pico que estuve sin ir a clase fue por eso. Estuve ingresada, me hicieron muchas pruebas y hablé con un par de psicólogos. Mi madre se hartaba de llorar cuando creía que estaba dormida, y mi padre perdió las ganas de sonreír, con lo guapo que está cuando está contento. Aquello se me hizo eterno y pensé mucho en todo lo que había pasado. Me sentía culpable. Si todo el mundo iba contra mí, sería por algo. Ya sabes por qué dejé de escribir y de jugar al rol. No quería que mis padres me cambiaran de insti. Y sobre todo, sobre todo, quería que volviéramos a ser amigas.

El problema es que mi regreso molestó mucho. Tenías que haberte quedado en el hospital, ojalá te hubieras muerto, me decían. ¿Tú sabes lo que duele eso? Y como quería evitar el enfrentamiento, contestaba sonriendo, y eso les molestaba mucho más. Creo que te acuerdas bastante bien de la paliza que me dieron porque te vi al fondo, mirando cómo me pateaban sin hacer nada. Por lo menos te agradezco que no fueras tú la que estaba grabando con el móvil. Nunca os llegasteis a enterar de las lesiones que sufrí porque ya todo fue muy rápido. La operación, los mensajitos en el móvil con el vídeo ya colgado en YouTube, y lo peor, los comentarios de la peña insultándome y riéndose de mí. Ya no me quedaban ni fuerzas ni motivos. ¿Cómo me iba a seguir levantando cada mañana con ese miedo? ¿Cómo iba a seguir dándole disgustos a mis padres uno detrás de otro? Y es que no es sólo el miedo, que no me dejaba pensar ni hacer nada, sino la soledad. Me sentía muy sola, como si nadie en el mundo me pudiera comprender. Yo sabía que mis padres me querían ayudar, pero no me entendían. La única que se podría haber puesto en mi lugar eras tú.

No te sientas culpable. Te perdono de corazón. Te perdono porque en el fondo siempre hemos sido amigas y sé que no querías que pasara todo esto.

En un rato, tu madre te va a hacer cosquillas para intentar despertarte, pero no llores, que yo voy a estar aquí contigo cogiéndote la mano cuando no lo consiga.