Independencia

Independencia de Cataluña - Puigdemont

Agitadas las calles, disueltas las leyes y esparcido el caos, Puigdemont se sienta en su sillón a meditar su siguiente paso. Se ha servido una copa, que paladeará sin prisas mientras lee los últimos titulares del día. De pronto, una noticia lo asalta, más por enterarse de esta manera que por el peligro que encierra: Barcelona se declara independiente de una futurible nación catalana. Hay revueltas en las calles y el Ayuntamiento ha tenido que ser rodeado por la Guardia Urbana. Su mano izquierda, de pronto, golpea la copa, que se hace añicos contra la pared. No ha sido un acto fruto de la irritación. Es como si su mano hubiera tomado conciencia propia y se lo quisiera demostrar. Intenta coger un bolígrafo con su mano izquierda, pero no es capaz de moverla. Aunque la siente todavía, ya no le responde. Usando su mano derecha, prueba a pellizcarla. Justo antes de alcanzarla, su mano izquierda se agita y se le lanza contra el cuello, apretándolo con firmeza. Se libera como puede y grita para pedir ayuda: la voz no le sale del cuerpo. Entonces, con un hilito de voz, se dice a sí mismo: «Soy tu voz y me independizo de ti desde este momento.» Una lágrima rueda por su mejilla, ya solo del ojo derecho: el izquierdo se acaba de independizar, y gira enloquecido provocándole un fuerte dolor de cabeza. Teme que sus pulmones o su corazón decidan declararse independientes y lo fulminen, aunque ya poco puede hacer. Entonces, como un último acto de rebeldía, siente el adiós de cada una de sus células, que han optado por la libérrima y suicida senda de la independencia absoluta. Se pregunta, en el momento antes del sueño, si los átomos que conforman sus células marcarán su propio destino, si el ciclo es eterno, si antes de disolverse en el individualismo absoluto, Cataluña conseguirá la independencia.