Quien esté libre de haber hecho cosas terribles, de haber causado daño, de ser grotesco para otros, posiblemente no ha tenido vida.
Y el precio que pagamos por haber vivido (así) es un arrepentimiento que nos acompaña siempre, como una sombra, pegado a la nuca y a la congoja, tocándonos el hombro en los momentos de soledad.


