Estábamos en el pasillo y escuchamos una pelotita rebotando tras la puerta del dormitorio, en el que no había nadie. Cuando entramos, vimos una pelotita naranja de ping pong rebotando de una pared a otra, en una trayectoria rectilínea perfecta, sin que ninguna fuerza la estuviera impulsando en apariencia. La pared estaba llena de objetos que se habían quedado pegados. Había una katana, un vaso de plástico, una lámpara y muchas otras cosas. Agarré la katana con las dos manos y la separé de la pared con un leve esfuerzo, como cuando uno separa un par de imanes. Volví a colocarla en la pared y siguió ahí pegada, perpendicular a la pared.
En ese momento nos dimos cuenta de que había un zumbido que lo envolvía todo. Era un sonido ascendente, como una escala de Shepard que parecía insinuar una grieta hacia el infinito más atroz. Por instinto apagué la luz y el sonido, el magnetismo arbitrario y la pelotita que rebotaba cesaron de golpe.