Sombrío

Había una iglesia que era, al mismo tiempo, un aula, y en ella había compañeros de mi colegio y de mi instituto mezclados sin cronología aparente. Uno de ellos, que en mi sueño había mutado de Jesús a Magdalena (allí siempre había sido mujer), había muerto repentinamente.

Salí al patio y empecé a sollozar. De frente venía Beatriz, y como no pude contener las lágrimas cuando me vio, me abrazó y lloramos juntos su muerte y el hecho de no volver a ver a Magdalena arrecida de frío en invierno, junto al radiador, pese a que en mi realidad, la de la vigilia, Beatriz y Jesús nunca se habían conocido y Jesús, espero, sigue vivo.

Hay en mis sueños un peso inusual, una densidad casi física, que los hace candidatos a realidades alternativas. Quién sabe si, cuando soñamos, no estamos conectando a ratos con otros mundos en los que también estamos vivos, en los que amamos y sufrimos y perdemos a seres queridos.