Pasa a veces que te encuentras navegando por lugares que a duras penas existen. Una tienda de discos, la calle Torneo al atardecer, antes de que la arreglaran y después de que el tiempo la destrozara. Esos sitios tienen sabores imposibles de sintetizar y llevan asociadas canciones que de alguna manera son ya esos momentos concretos. Tienen en común la capacidad de arañar el corazón por dentro, a lengüetazos ásperos o como si te estuvieran quitando trocitos con una cuchara de servir helado.
Sé que están en mi memoria y por lo tanto se desvanecerán cuando yo haya empezado a pudrirme. Pero al mismo tiempo, tengo la sensación de que se quedarán pegados a mis huesos y si un animal los olfatea, será capaz de imaginarse paseando por esas calles, hojeando esos discos, degustando esos sabores imposibles y escuchando en su cabeza melodías que no entenderá.