Disolución

Todos vamos a ir desgranándonos, con mayor o menor fortuna, hacia la nada. Porque somos un conjunto enorme de materia y de vacío. Y al final, cuando se apague esa entidad misteriosa que llamamos vida, el vacío lo tomará todo y dispersará lo que éramos.

Lo vemos todos los días a nuestro alrededor y sin embargo nos hacemos los desentendidos. Creemos que a nosotros no nos toca, que nos queda una eternidad por delante. Pero ese momento está agazapado detrás de cualquier esquina, esperando darnos el zarpazo. Y cuando lo hace, siempre nos pilla desprevenidos y con demasiadas cosas por hacer.

La cuestión es que esas cosas pendientes no deben de ser importantes porque todo sigue más o menos igual cuando desaparecemos. Nunca ha muerto nadie que haya provocado que el mundo se detenga. Y la mayoría de nosotros no somos emperadores, grandes genios o artistas encumbrados.

Entonces, ¿por qué le damos tanta importancia a seguir aquí? ¿Por qué no nos conformamos con haber llegado, con lo que hemos  contemplado? El carpe diem es una idea tan atractiva como difícil de asimilar. Somos inconformistas y codiciosos. Si nuestra vida durase cientos de años, querríamos que durase miles. Si durase miles, necesitaríamos millones. No nos basta con la belleza efímera que nos rodea. Haber contemplado un amanecer, un anochecer y haber amado, debería ser ya un premio de dimensiones infinitas para cualquier ser consciente.

Pero para nosotros nunca lo es.