Caminaba sin rumbo entre recuerdos que, de tanto tiempo en erosión, le resultaban entre nuevos y ajenos. Fragmentos de páginas de libros que tal vez había leído. Lugares donde puede que hubiera tenido conversaciones esenciales. Sensaciones que le resultaban familiares por su sabor y su latido, pero que no terminaba de identificar como propias.
Se detuvo varias veces en su recorrido, como si quisiera descansar o como si intentara aferrarse a alguno de esos recuerdos a medio determinar. Le daba miedo seguir caminando, y sobre todo le daba miedo caminar demasiado deprisa.
Aunque pudiera parecer contradictorio, todo le sonaba ya hecho, sentenciado. Sabía que también su paseo. Lo que más lo inquietaba no era lo que descubriría a su término (eso lo sabía: la nada), sino la pérdida de la facultad de observar, acariciar y degustar sus memorias. Eso, y no otra cosa, es lo que lo atenazaba mientras daba sus últimos pasos dubitativos.