No hay lugar donde esconderte

Preludio: La tesis original

Tesis Pedro Sánchez | emartos.es

En alguna carpeta perdida de un disco duro que está cogiendo polvo, descansa la única copia digital de una tesis doctoral. O mejor dicho, de la tesis doctoral. Una que ha adquirido más importancia que las de Marie Curie o Einstein. Es tu tesis. La que te hizo doctor. La que ahora te puede arrojar del Paraíso donde todos te admiran al fango de los mortales. La abres con un triple clic, por los nervios. La revisas con una fuerte presión en el estómago y en el pecho. Deberías estar orgulloso de ella y ahora, sin embargo, estás sopesando borrarla. Si la conservas, podría filtrarse. Si no, dejarías de tener control sobre ella. Quizá si la modificaras lo suficiente, conservando la fecha original del fichero, podrías argumentar que todo ha sido un montaje. Esos asquerosos periodistas no dejan de acosarte. ¿No son capaces de ver que necesitas doce o dieciséis años para que este país entre de una vez por todas en el siglo XXI? ¿No entienden que eres tú el único que puede pilotar ese cambio? Tus ministros son un equipazo, pero eres tú el que los ha traído. Tú, con tu intuición y tu visión estratégica. Por sí solos no eran nada. Ya ves, Pedro Duque, un astronauta que ya no está de moda. Y Borrell, que no había vuelto a levantar cabeza desde que perdiera aquellas primarias. Calvina… no, Calviño, una desconocida a la que has catapultado a la fama. Y así, todos. Es más, te dan un mazazo con algún escándalo y al segundo ya tienes a un ministro de recambio que te gusta incluso más que el que se marcha. Para colmo, ¿qué va a ser de este país si te vas? ¿Se la entregamos a los clones Riverita y Casado? Pero mira que tú eres un tipo resiliente. Te dieron por muerto cuando te echaron de la Ejecutiva, y regresaste como Steve Jobs, a lo grande. Que te echen… que lo intenten… y eres capaz de volver con mayoría absoluta. De todas formas, ahora hay que tomar decisiones. Por ahora, lo de toquetear la tesis para quitarle todo lo que dicen el ABC y el OKDiario del cabronazo del Inda. Ahí tienes el vídeo de YouTube para dejar intacta la fecha de modificación y que parezca que no lo has editado. ¿Qué podría salir mal? El problema es a ver qué te inventas para la tesis que ya han copiado todos esos indecentes. Con el tema de las querellas lo puedes paralizar todo un poco, pero el Riverita de los cojones te los va a estar tocando en el Congreso, y el Casado detrás, para ver quién la tiene más grande y tratar de pillar cacho como los carroñeros que son.

Episodio I: Tensión en el Congreso

Pedro Sánchez | emartos.es

Ahí están todos esos cabrones sonriendo porque creen que te van a tumbar. Ni siquiera has podido pasar de los títulos de los artículos de opinión y los editoriales. Te dan por amortizado. «Pedro I el Breve.» «Pedrito I el de los Cien Días.» No tienen ni puta idea. No te conocen. Vas a luchar hasta el final. Este país te necesita. La ciudadanía de este país, de todas y cada una de sus naciones, te necesitan. Vaya sudor frío que te ha entrado por la rabadilla al pensar en eso. ¿Y si te vas y vuelve a la carga Susanita? Sería el peor escenario de todos. Tienes que aguantar. Agarrarte al sillón y no soltarlo hasta que todo pase. Tú míralos con gesto desafiante, para que sepan que no te achantas. Hijos de la gran puta. Apesebrados. Desde que llegaste, no has podido evitar fijarte en que una parte de la cara de Casado te resulta familiar. No sabes cuál ni por qué, pero es como si tu cara tuviera algo de la suya. Bueno, sería al revés, claro: su cara tendrá algo de la tuya en todo caso. Mientras los demás hablan y te acusan de las mismas chorradas, tú te dedicas a buscar en la tablet una foto suya y la comparas con varias de las tuyas que tienes siempre a mano. Tú eres infinitamente más guapo y elegante que el niñato ese, pero es verdad. Hay algo latente que está en las dos caras. Es un momento de repugnancia suprema. Preferirías haber encontrado un rasgo común con Pablo Iglesias. Notas una mano en el hombro. Es Gutiérrez Limones, que te está dando ánimos. Miras su mano y ves algo perturbador. Al observarla con atención, compruebas que se parece demasiado a la tuya. Se la coges como quien agarra un palo y la miras con los ojos muy fijos. El propio Limones se queda congelado, sin saber qué decir. Entonces reparas en que Riverita tiene un mechón canoso en el flequillo, idéntico al tuyo. Unas canas que ayer no tenía. Es como si los hubieras… te niegas a terminar la frase en tu mente. Das un grito seco y abandonas la sala ante un tremendo jaleo a tu espalda.

Episodio II: La rueda de prensa

Se ha montado un escándalo tremendo. Te has encerrado para no escuchar a nadie, pero te presionan desde fuera, llamándote al móvil y enviándote mensajes. Exigen una rueda de prensa para que expliques por qué has abandonado el Pleno, y de paso, claro, colarte preguntas sobre la puñetera tesis del infierno. Sabes que no te queda otra. Te tienen acorralado y no te vas a poder esconder para siempre. Antes de salir, buscas fotos recientes de Riverita. Aparece una de esta mañana, hablando de la tesis, y ahí está el mechón canoso. ¿Te lo habrá copiado para dignificarse? En cuanto se dé cuenta Casado, lo tienes tiñéndose también. ¡Qué asco de gente! En el fondo, te idolatran, pero no lo reconocerían ni bajo tortura. Por un segundo, cruza tu imaginación la escena de una orgía con ellos dos, todos con el flequillito plateado. Piensas en algo absurdo para no vomitar. En neumáticos viejos. Te alejan de esa guarrada. Pero no puedes evitar haberte excitado. Todo esto puede ser fruto del estrés. Ahora mismo, eres la persona más presionada de este país y de todas sus naciones. Decides convocar una rueda de prensa. Casi sin darte cuenta, estás delante de los periodistas. Ahí empiezas a entender a Rajoy con el plasma. Lo que darías por plagiarle la idea. ¡Puta palabra! ¡No puedes pronunciarla ni por asomo! Al levantar la vista, ves a un periodista que se parece a ti. Es como si fuera tu gemelo. Sonríe con tu misma elegancia. Tiene el mismo porte. ¡Hasta combina la corbata con el mismo gusto! No es un gemelo, ¡es un clon! Al fondo, hay una reportera que tiene tu cara, pero en femenino. Como si tuvieras una hermana secreta que ha aparecido de pronto. Conforme vas pasando la vista por todos ellos, que esperan en silencio a que des por iniciada la rueda de prensa, adviertes, horrorizado, que todos son idénticos a ti. Alguien te habla con tu propia voz seductora. Le das una patada al atril y sales corriendo. Te da la sensación de estar gritando, pero la sangre te azota con tanta fuerza que ya ni eres capaz de oír.

Episodio III: La huida

Pedro Sánchez | emartos.es

Mientras huyes, sabes que tienes que llegar al helicóptero o al avión. Sientes un golpe y ves a tus escoltas que te arrastran a la calle. El coche oficial está esperando. No tienes tiempo de ver nada. Das las indicaciones justas para llegar al helicóptero y te encoges en posición fetal en el asiento trasero. El móvil no para de sonar. Bajas la ventanilla y lo lanzas contra el asfalto. Parece que sufres un ataque te ansiedad porque pasas del coche al helicóptero sin transición. Ya en el aire, mientras ves con un leve alivio cómo la ciudad se empequeñece, escuchas tu voz a través de los auriculares y piensas que te estás volviendo loco. Es el piloto, que te pregunta si te encuentras bien. Te fijas en los escoltas que te rodean. Son todos tú. Tu mirada penetrante. Tu barbilla de héroe. Tu porte de galán de cine. En un ataque de pánico, te lanzas contra la cabina. Al girar la cara, el piloto tiene la tuya. Te sonríe como solo tú sabes hacerlo. Todo son copias de ti mismo. Plagios de ti. Reinvenciones de tu esplendor. No ves otra salida que saltar del helicóptero. En una maniobra propia de ti y de James Bond, consigues burlar a los escoltas sanchistas, abres la puerta y saltas. Mientras caes al vacío, te sientes liberado de ti mismo. El asunto de la tesis es ya cosa del pasado. El frío te impregna de súbito. Has caído en el mar. Te imaginas a merced de las corrientes, arribando a una isla desierta, sobreviviendo allí como un héroe durante meses o años, y regresando luego no ya como un líder, sino como un mesías. Sales a la superficie y compruebas, desolado, que eso no es el mar sino el lago de la Casa de Campo. Como puedes, nadas hasta la orilla y observas, a lo lejos, a todos los Pedro Sánchez que pasean por la zona. Contemplas tu reflejo en el agua del lago y comprendes que ya no podrás volver, que ya no eres sino uno más en un mundo que te ha sido arrebatado, el molde original que resulta indistinguible de la copia. Abatido, sin prisa, jadeando por el hastío, te ocultas entre unos matorrales. Te quedas dormido, por primera vez en mucho tiempo, sin que nada te importe. Ni siquiera tú mismo.