Extraños

Pub - Eduardo Martos
Pub – Eduardo Martos

Quedamos en Nervión, como siempre. La efusividad nos precede, pero pronto advertimos que no sabemos dónde podríamos cenar. Cada uno hace sus cábalas, y mientras andamos, se forman grupos de conversación itinerante. Sentimos la fría noche por las bufandas de Harry Potter y los adornos de Navidad. Vamos descartando bares: demasiado pequeño, muy caro, no tienen tapas, cierran en media hora. Finalmente encontramos uno bastante amplio. El problema es que no tiene mesas suficientes. Intentamos aglomerarnos en una zona de la barra, pero ese pasillo es propiedad de los camareros. Hay cuatro mesas separadas, en medio de las cuales un grupo de personas parece haber terminado de cenar: falsa impresión. El camarero no nos permite unirlas porque hay que dejar un pasillo según la normativa; nadie la conoce, probablemente tampoco él. Decidimos esperar, sentados de dos en dos, a que paguen la cuenta para lanzarnos sobre la mesa como la víctima elegida por el depredador. Las conversaciones fluyen, al principio, entre las cuatro mesas. Las palabras van dejando paso a los gestos, a los saludos casuales. Entretanto, la bebida se va calentando y los platos se vacían. Me quedo mirando una de nuestras mesas sin saber quiénes están sentadas. Maribel me mira y sonríe, y ya las reconozco; la cerveza, pienso. Las conversaciones ya se han reducido a un par de anécdotas entre las mesas más cercanas. De vez en cuando se cruzan miradas entre otras mesas, pero ya no significan gran cosa. Pablo es el paso previo de la máquina de tabaco. Echa las monedas, da el cambio, alarga el paquete y ofrece consejos sobre la vida y la metafísica. A una señora le pregunta si sabe lo malo que es fumar, y la señora se ríe asustada. Las palabras que intercambian las mesas cercanas se reducen al pan y a las próximas raciones. Aterrizan las cartas de postres, que nadie llega a usar. Pagamos una cuenta común que por momentos nos resulta fuera de lugar. Nos levantamos para irnos, todos a la vez. Cuando salimos a la calle, dispersos de dos en dos, no cruzamos ningún comentario ni nos despedimos.

Cuando salimos a la calle somos perfectos extraños.

 

Microrrelato incluido en Lapso.

2 comentarios

Inquietantes palabras, Eduardo.

Sobre todo, cuando una piensa que más aterrador que ver cómo personas de nuestro alrededor se vuelven extraños, es el riego de convertirnos en extraños para nosotros mismos. Creo que es en ese momento cuando nos perdemos….

Enhorabuena por el blog 😉

Tus reflexiones son siempre agudas y profundas, Xenia. Muchas gracias por pasarte.

Un abrazo.