Hueles a fritanga
y eres tan espesa
como el humo del aceite
que se ha quemado
por descuido.
Tienes el aspecto
de unas bragas sudadas
que alguien hubiera planchado
para ponérselas de nuevo,
con ese carmín
(que no es carmín)
que te arrasa la cara,
la falda que se te sube
por encima de un muslo
incómodo
de ver,
los ojos casi
de vaca sacrificada.
Y ahí vas, alegre, inconsciente,
acaso feliz y dichosa por momentos.
¿Seré yo, presuntuoso, estúpido,
incapaz de verte como eres?