En ocasiones, más de las que nos gustaría admitir, hemos mirado hacia otro lado en lugar de ayudar a quien lo necesitaba. Eso es más cómodo y seguro. Al menos para uno mismo. En ocasiones, incluso, hemos podido ser cómplices de situaciones que negaríamos ante cualquiera. Puede ser que una o dos veces hayamos sido los agresores, conscientes o no de lo que estábamos haciendo.
Yo sé que he hecho lo primero y lo último. Lo primero porque, echando la vista atrás, me doy cuenta de que compartí aula durante años con personas que no tenían relación con los demás, y apenas me esforcé por hablar con ellos. Nunca supe si tenían dificultades para relacionarse, si sufrían en su casa, si me podían haber necesitado. Lo último porque una vez, hace ya muchos años, tuve una cita a ciegas con una chica muy linda, muy especial, vital y simpática, y me fui cuando vi que llegaba en una silla de ruedas motorizada. Nunca llegué a pedirle perdón por ser tan mezquino, y nunca podré dejar de reprocharme esa cobardía y esa falta de empatía y de humanidad.
Por fortuna, nunca he sido cómplice de ninguna agresión, pero creo que he obrado bastante mal como para tener una noción de lo que supone ese problema tan complejo, tan grave y tan voraz como es el acoso escolar. Hay una constante en esos casos que he descrito, y es que no sé nada de cómo se sintieron esas personas. ¿Cómo vivieron ese momento? ¿Sería traumático para ellas? ¿Habrán podido superarlo? ¿Son felices a día de hoy?
Y por encima de todo, hay un pensamiento que me corroe: Todos somos uno. No hace falta ser religioso para que esta frase cobre un sentido literal. La distancia genética que separa a un ser humano de otro es infinitamente menor que la que hay entre nosotros y cualquier otra forma de vida existente. Visto así, casi se podría decir que todos somos hermanos. Cuando pienso en el sufrimiento silencioso que tantos niños sufren cada día, sumado al hecho de que yo podría haber sido uno de ellos, me estremezco. ¿Cuántas circunstancias habría que variar en mi vida para que ocupara el lugar de alguno de ellos? No sé cómo calcular algo así, pero sospecho que no demasiadas.
Pero en realidad, cuando me sumerjo en el pasado, me vienen a la mente recuerdos en mi propio pellejo. Que yo sepa, me he cruzado al menos tres veces con acosadores. La primera vez fue en la guardería. Allí había uno de esos niños que tienen fama de ser un trasto, de ir arreándole a todos los demás. Se llamaba Israel. Nunca lo olvidaré. Yo estaba sentado en un poyete, contemplando el sol, cuando sentí que me empujaban. Di de cabeza contra el suelo. El siguiente recuerdo es un jarro de agua fría y una profesora con un cubo azul en la mano. Estaba sentado en una silla y me estaban tratando de reanimar de una manera precaria. Estuve internado varios días en el hospital, y por suerte salí ileso, al igual que ese pequeño demonio que disfrutaba, ya a esa corta edad, haciendo sufrir a los demás.
La segunda vez fue en el colegio. Había un grupo de chavales, tres o cuatro, liderados por un cabecilla, que gozaban dándole palizas a los que no les plantaban cara. A mí me cogieron dos o tres veces hasta que aprendí a esconderme de ellos. Sé que lo conté y que se tomaron algunas medidas, y después de eso no volvieron a tocarme.
La tercera vez, también en el colegio, a un abusón le dio por amenazarme. No recuerdo los detalles con claridad, pero sé que durante dos o tres meses pasé mucho miedo yendo a clase y tratando de evitar cruzarme con ese bastardo.
Estoy seguro de que hay personas más afortunadas que yo, y otras que han corrido suertes mucho peores. Pero sé que no quiero seguir mirando hacia otro lado, y que bajo ningún concepto voy a volver a dañar a nadie de manera consciente. Como me acompaña un buen puñado de años, hace ya bastante tiempo que no soy un objetivo fácil para los acosadores.
Mi manera de luchar contra el acoso escolar es hacer una de las cosas que mejor se me da: escribir. Llevo bastante tiempo involucrado en un proyecto muy especial que quiero compartir con quien desee prestarme algo de atención. Se llama Máscaras Rotas, y es una antología de relatos solidaria que busca prevenir el acoso escolar. Todos los que participamos en este hermoso proyecto lo hacemos de manera altruista y desinteresada, con el objetivo de combatir esta una lacra tan nociva para la sociedad.
Quizá al leer mis palabras, has sentido que algo se movía en tu interior. Tal vez has sentido que también necesitas hacer algo, y puede que te estés preguntando cómo puedes colaborar con este proyecto. Hay muchas maneras de hacerlo:
- Comprando el libro. El dinero va destinado a AMACAE, una asociación que lucha contra el acoso escolar.
- Compartiendo nuestra fanpage entre tus contactos.
- Poniéndonos en contacto con AMPAs, colegios o asociaciones educativas para mover el proyecto.
Cualquier ayuda es bienvenida para acabar con este grave problema social que, en mayor o menor medida, nos afecta a todos.
Gracias por tu colaboración.