Para algunas situaciones
no hay antecedentes,
ni memoria,
ni antídoto.
Te pasan por delante
como un tráiler desbocado
y sin conductor.
Entiendes
(te obligas a entender)
que quizá no deberías seguir
transitando esa carretera.
Que la luz medio quebrada
de esa farola
es el pulso de lo que te queda.
Das algunos pasos más,
ya ni siquiera por costumbre,
sino por guardar un último recuerdo
de aquellas sensaciones
que ya se empiezan a resquebrajar
como el pan duro,
como un cauce seco.
Y te dices, sin creértelo del todo,
que encontrarás mejores rutas.
Que decisiones menos meditadas
te condujeron a esta.
Que estás cansado
y te apetece salir por el arcén,
desaparecer un rato,
encontrarte con nadie,
viajar nunca.
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