Hay tardes que son todas las tardes, o la única tarde. Es ese momento esencial en el que se mezclan todos los demás y nada te resulta del todo ajeno. Contemplas desde la calma, desde la sosegada indiferencia, y te sabes completo al menos hasta que termine ese instante infinito.
La luz, contenida y tímida, te baña el pelo y algunas notas de piano se deslizan perezosas desde una lejanía a veces transitada.
Estás, sin saber por qué, más en tu estómago que en tu cerebro, y desde ahí todo es más fluido.
Estás ahí para siempre. Cualquiera podría encontrarse contigo dentro de mil años en esa misma tarde.