La música te está arrastrando, no lo disimules. Te arrastra y tú te dejas llevar como el coco que arrastra la marea, como el diente de león al viento, como la tentación. No sabes por qué, pero esas notas obran en ti algo distinto y nuevo, algo excitante. Temes el final sin saber por qué, sin cuestionártelo, pero lo temes. Te hubiera gustado que ese texto tan hermoso fuera tuyo, tuyo y solo tuyo, no del otro que lo perpetró sin apreciarlo y se llevó todas las flores. ¡Qué sabrá él! ¡Qué sabrá! No tiene tu talento pero sí le sonríe la suerte. No tiene que trabajar duro como tú para que le reconozcan, o ya ni eso, para que al menos pueda llevarse algo a la boca. Lo tiene todo, o le fue dado todo. A ti te lo negaron desde siempre. Y ahora eso. La gloria. La aclamación. La eternidad en ciernes. Eso es demasiado. La música… La música es oscura y te lleva con ella. Te hace temblar. Te quiebra pedacito a pedacito por dentro. Te incita. Te tienta. Te mete pensamientos nublados en la cabeza que te hacen levantar la llave inglesa y abrirle la cabeza como el coco que viajaba a la deriva, ver que dentro solo tenía sangre y vísceras como cualquier otro, que sus pensamientos ahora se desparraman sin sentido por toda la habitación.