Abrazó la fe con la ilusión de un niño. Renunció a sus posesiones, practicó la caridad y aprendió a leer para entender la Palabra y compartirla con sus semejantes. En una de sus peregrinaciones perdió un ojo porque en una aldea remota lo tomaron por un brujo.
En algún lugar de Antioquía descansa, en postura de rezo, su cuerpo petrificado. Dicen que dejó de comer con la certeza de que Dios proveerá.