Donar mi cuerpo a la ciencia me parece una opción muy coherente. En primer lugar, puedo contribuir con el conocimiento colectivo y ayudar a salvar vidas en el futuro, lo cual es en sí una recompensa. En segundo lugar, supone un ahorro económico para mis allegados, sobre todo porque se me ocurren pocas maneras más absurdas de gastar dinero que en mi cuerpo sin vida. Por último, el hecho de que mi cuerpo no quede atado a un lugar concreto, ya sea en forma de tumba o de cenizas, permite que mis seres queridos me recuerden donde quieran y cuando quieran, sin ataduras, incluso que me reinventen si les apetece. No es ninguna forma de inmortalidad (al cabo de un par de generaciones acabas siendo irremisiblemente olvidado), pero sí es una hermosa manera de prolongar el ser, de seguir estando entre los que te han querido en vida.