Atrapado

Trapped | Timo Waltari
Trapped | Timo Waltari

A José Tena, por inspirarme este relato
Una serie de circunstancias encadenadas me acaba llevando a una parada de metro muy alejada de la estación de tren. Es 30 de diciembre y tengo que regresar a Córdoba desde Madrid. Me bajo solo. Camino hasta la salida y la encuentro cerrada con un candado. Intento localizar otra puerta. También cerrada. El plano de metro no me ofrece muchas más alternativas. No hay personal del metro y todas las garitas están apagadas. Grito, al principio con timidez, a la tercera con garra. Nadie responde. De pronto, las luces se apagan y me quedo a oscuras mientras subía una escalera. Por poco me mato del susto. Ya en el piso superior, intento llamar a emergencias para que me ayuden. Sin cobertura. En medio de mi creciente desesperación, busco algo con lo que partir el candado. Oigo un chirrido, y justo después, un desplomarse de cajas o algo parecido. Ha sido cerca. Doy una voz por si es algún empleado rezagado. Me responde un gruñido y un golpeteo que se asemeja a un perro grande que sale corriendo. Por suerte, lo que sea se aleja de mí. Se me ocurre que podría caminar por las vías hasta otra parada para buscar nuevas salidas. Usando la linterna del móvil, bajo hasta el andén y observo durante unos minutos. Oigo chispazos eléctricos y chillidos de ratas. Ningún tren parece moverse en la distancia. Además, a esta hora no circula ninguno. Con cuidado, bajo hasta las vías y empiezo a caminar. A los pocos pasos, oigo el chirrido de un tren acercándose a gran velocidad, veo las luces y me invade el pánico. Corro hacia atrás y subo de un salto. Todavía aterrorizado, me levanto y muevo los brazos para avisar al conductor. Entonces descubro que ya no se oye nada, ni hay luces, ni viene ningún tren. En cambio, del otro lado del túnel va surgiendo una jauría de gritos y alaridos que parecen una mezcla de humano y animal salvaje. Casi sin tiempo, logro esconderme en una zona oscura y contengo la respiración. Con dificultad, veo pasar grandes figuras que galopan y emiten ronquidos sordos. Se pierden en las profundidades del túnel. Siento la necesidad de esconderme en algún lugar cerrado, así que me levanto para buscar algún almacén o despacho que pueda forzar. Mientras me muevo a través de la oscuridad, me parece ver formas moverse a lo lejos y oigo ruidos que no logro identificar. La sangre me golpea tan fuerte en los oídos que ya ni siquiera puedo confiar en lo que escucho. De golpe, recuerdo los baños. Son un buen lugar para ocultarme hasta que reabran por la mañana. Con torpeza y dificultad, consigo encontrarlos. Antes de entrar, espero inmóvil por si hay algo dentro. Como nada parece moverse tras varios minutos, accedo a ese antro preñado de olores fétidos. Me encierro en una cabina y me siento en el inodoro. El tiempo pasa con espesura y me desespera. ¡No llevo ni una hora encerrado! Aunque parezca una locura, necesito hacer algo. Mi guitarra puede ayudarme a conservar la calma. La saco de la funda, la afino y toco mi primera composición, que hoy adquiere un significado mucho más profundo y vital. Un golpe seco me despierta. Me he quedado dormido tocando. Me pongo alerta. Algo se arrastra ahí fuera. Intentando no hacer ruido, me subo a la taza y asomo la cabeza. Hay alguien en el suelo. No consigo distinguir casi nada, pero es como si tuviera una cola en lugar de piernas y no lleva ropa. Está olisqueando. Parece que nota mi presencia. Tengo que huir. Sin pensarlo, abro la puerta y le paso por encima. Algo viscoso se quiebra bajo mis pies y eso grita con una voz inhumana. Corro sin dirección y siento como si no pesara para acabar golpeándome la espalda, la cabeza, las piernas, otra vez la espalda, así varias veces hasta que llego al final de la escalera. Más alaridos escabrosos me acechan y me veo forzado a levantarme y correr. Por suerte no tengo sangre, así que puedo intentar esconderme. Veo una puerta de servicio y me meto dentro. Es un cuartucho muy pequeño con estanterías. Consigo trabar la puerta con mi peso y una barra de metal, mientras oigo jaleo y golpetazos en el exterior. Grito por los nervios y el miedo, lo que parece excitarlos aún más. Tengo que empujar con toda mi fuerza para que no entren, y con casi total seguridad, me maten con violencia. Un hediondo olor a pescado podrido me hace vomitar. Un rugido atronador hace que todo se calme. Oigo cómo se alejan con un chapoteo inmundo. Sin darme cuenta, han pasado varias horas y ya faltan pocos minutos para que abran la estación. Pego la oreja a la puerta y espero un poco antes de salir. Todo parece tranquilo. Abro con cuidado y miro. Nada se mueve. La sombra silenciosa es dueña de todo el espacio. Salgo corriendo hacia la escalera, y justo entonces algo se precipita desde la negrura y ruge. Es como un tigre gigantesco pero no es un tigre. Su tamaño atroz le impide colarse por el hueco de la escalera y por eso me salvo como un ratón temeroso. La luz del amanecer entra por las rejas de la entrada. Mientras avanzo, figuras o sombras indefinibles se ocultan en la oscuridad. El candado no está cerrado, pero la verja está echada. Quizás algún empleado la ha bajado para que no entre el público. La levanto y salgo al exterior. Un silencio inquietante se extiende por toda la calle. Lo primero que veo es un edificio que parece haber recibido el impacto de un proyectil: está destrozado y parcialmente en llamas. El resto de edificios presenta un aspecto similar o parecen abandonados desde hace tiempo. Plantas trepadoras crecen por toda su estructura. El cielo está encapotado por una inexplicable nube luminosa. Algo se acerca corriendo desde el principio de la avenida. Es enorme, del tamaño de un dinosaurio. Ya más de cerca, lo escucho rugir y veo su baba cayendo de unas fauces monstruosas. Bajo corriendo al metro. Durante unos momentos, me quedo bloqueado en la escalera. No sé qué hacer. No sé a dónde ir. No sé si sobreviviré una noche más ahí abajo y no sé lo que me espera en la superficie. Rompo a llorar. En el sentido más terrorífico de la palabra, ahora más que hace unos segundos, estoy atrapado.