Llegué a una arboleda en la falda de una montaña. El silencio, lento y seductor, durmió mis sentidos entre aquellos matices verdes y rojos. Me senté bajo un álamo viejo y saqué mi pequeña bolsa de tabaco negro. Mientras liaba un cigarrillo, contemplé algunas hojas que caían de las ramas, dibujando en el aire destellos de esmeralda y rubí. Encendí el pitillo y le di una calada. El sonido del tabaco crujiendo ante la presencia del fuego, su sabor dulzón invadiendo mis entrañas, el rojo encendido del papel, después gris ceniza… y por fin ella saliendo de mis labios, escapando de mi ser, volátil y confusa.
Ella se dirige a los claros cielos. Yo sigo aquí, esperándola.