Uno debe jugar siempre contra sí mismo. Dinamitar su propia arquitectura desde los cimientos. Hacerse trampas al solitario. Ponerse la zancadilla para acabar mordiendo el polvo.
Solo así se puede avanzar en la vida con algo de pundonor y con la certeza de no haber sido contaminado por el veneno más letal de todos: el egocentrismo.