Sombra. Angustia. Algún que otro brillo del pasado. Todo se mezcla en un camino que asciende y desciende sin dar tregua. A veces, la adrenalina te mantiene despierto y vivo, pero no dura todo el tiempo. Cuando el efecto se pasa, no es que estés muerto pero tampoco podrías afirmar que adentro te quede algo vivo. Determinadas palabras se te asemejan a estar lamiendo una piedra seca y llena de polvo. Una piedra que debería parecerte un manjar. Que no es un manjar ya lo sabes pero deseas que lo fuera y te culpas por su naturaleza inhóspita y árida. Cuando intentas dormir, el pulso en el cuello hinchado no termina de dejar que te relajes. Y te preguntas cuánto más vas a poder seguir arrastrando tu cuerpo hasta el siguiente cambio de rasante.