Pena de muerte

Pena de muerteHoy debo confesarle una pequeña travesura. Posiblemente un delito, eso ya lo decidirá usted. Verá, yo no soy quien ustedes han creído todo este tiempo. Ha sido una mezcla entre una broma de mal gusto y la necesidad de sentir una experiencia nueva. La casualidad me llevó a cruzarme con él, con el verdadero asesino. Fue tal la fascinación que sentí por nuestro parecido físico, que decidí seguirlo a todas partes. Por suerte, él nunca me advirtió, y así pude ir asimilando sus gestos, sus hábitos, sus defectos… No tardé mucho en darme cuenta de que era una mala persona, y que tarde o temprano acabaría haciendo algo terrible. Lo observé durante semanas, durante meses, sin que hiciera nada digno de ser contado. Pero una noche cambió su ruta y supe que todo se había puesto en marcha. Confieso que me sentí excitado casi como si yo mismo fuera a perpetrar el acto. A la víctima no le dio tiempo a reaccionar… ¿Por dónde iba? Ah, sí, decía que la víctima, consciente de su propio fin, fue víctima durante unos pocos instantes. No le repetiré los detalles porque los conoce de sobra. Pero le diré que ni él ni yo disfrutamos del todo con esa muerte. Quizá faltó algo, no lo sé. Era mi primera vez y puede que también la suya. Cuando el cuerpo cayó al suelo, material y hueco, salí de mi escondite. En ese momento de éxtasis mutuo casi no hizo falta hablar. Ambos entendimos. Fue él quien hizo la llamada anónima. Lo demás ya es historia. Mi vida nunca ha sido fácil ni plena. Nunca he recibido suficiente amor, puede que ninguno. No se ría, no lo digo para que me compadezca, sino para que entienda por qué le propuse la suplantación. Necesitaba sentirme vivo, y aquí lo he conseguido. Les debo a ustedes mucho. Les debo la vida. Por eso le pido que inicie los trámites para anular mi condena a pena de muerte, y si lo cree conveniente, me acuse de los delitos que estime oportunos por encubrir al asesino. Lógicamente, no reclamaré nada por mi reclusión ni por daños psicológicos. Soy consciente de que he actuado mal, y me arrepiento… ¿Qué sucede? ¿Le resulta gracioso? Contaba con que no me creería. Pero déjeme hacerle una pregunta. Si lo que le he contado es cierto, el asesino sigue libre. ¿Y si él supiera que su esposa de ojos verdes, sus dos hijos y su hija, una hermosa adolescente, viven con usted en una casita con un limonero en el jardín, con esa desvencijada puerta de entrada y un césped al que no dedica demasiado tiempo?

 

Microrrelato incluido en Lapso.