Little Freddie

Freddie Krueger | emartos.es

Freddie Krueger estaba frente a mí. Tenía las cuchillas alzadas para asestarme un golpe fatal. —¡Espera! ¡Espera un segundo! —le dije. Por su cara, creo que nunca le habían pedido algo así. Se quedó mirándome. —Mira, te propongo un trato. Juguemos una partida de ajedrez. Si gano, te largas para siempre. Si pierdo, me torturas el tiempo que haya durado la partida. Sonrió y asintió. Como sueño que era, ya estábamos sentados en un parque con un precioso tablero de ajedrez artesanal. Todo lo demás era lóbrego y solitario, como roído por los siglos. Yo le di mi toque haciendo aparecer una botella de vodka y un par de vasos. Por cada jugada, caía un trago. El tipo no era malo, aunque se le notaba la falta de instrucción. Tampoco ayudaba su empeño en usar la mano de las garras. En un momento en que estaba a punto de perder, serví el doble de vodka. A la mitad de su jugada, el tipo había caído rendido. Con cuidado, lo eché hacia atrás y le tapé la cara con el sombrero. Así, dormido en su propio sueño, podría parecer entrañable si no fuera porque es un depravado repugnante.

No lo he vuelto a ver desde entonces. No tiene mal perder.