Recibió una citación del juzgado para declarar por un presunto fraude. No sabía nada del asunto, ni siquiera había estado en esa lejana provincia, pero todo apuntaba que era él quien había cometido esos hechos. Supo entonces que le habían robado la identidad. Del otro no sabía nada. Dónde vivía, con quién se relacionaba, y sobre todo, cuál era su aspecto. En los largos meses de trámites y papeleo, declaraciones y justificaciones que no tendría por qué haber ofrecido, intentaba imaginarlo, recrear su aspecto, aunque lo más que lograba visualizar era su rostro en penumbra y de medio perfil. Le intrigaba por qué lo había elegido a él. Por qué, entre tantas identidades donde escoger, había optado por la suya. Con el tiempo se fue obsesionando, pensando más en el otro que en sí mismo, inventándose una vida de pendencia y riesgo constante. Un día se descubrió ideando cómo robar en una tienda, pero por suerte pudo salir antes de perpetrar el delito. Ya en casa, deseó quitarse todo eso de encima pero intuyó que el cambio era ya demasiado profundo. Por su mente pasó por un instante la idea de rajarse el cuello con la esperanza de que el otro, en algún lugar remoto, también cayera fulminado. Pero ese final se le antojaba demasiado histriónico, así que salió de su casa dejando la puerta abierta y vagó sin rumbo aparente durante varias horas. Paseos, inciertos trayectos en tren y breves horas en pensiones difuminaron o confundieron su noción del tiempo, y en medio de la noche llegó rendido a un barrio sucio y desordenado. Se dirigió sin pensar a la cancela entreabierta de un bloque antiguo y subió las escaleras. Había un largo pasillo, y al fondo, una puerta como todas las demás. Pero no era todas las demás. La empujó y cedió sin quejarse. En el recibidor, que estaba en penumbra, había un espejo en el que pudo atisbar un rostro ajeno, en penumbra y de medio perfil. Una mujer lo esperaba desnuda en una cama donde nunca había yacido. Lo miró sin sorpresa. Mientras, el otro ya habría llegado, se estaría acomodando en su biblioteca, se habría servido una copa de brandy sin hielo y estaría respirando con calma esa soledad que redimía todos aquellos años de persecución incesante.
Microrrelato incluido en Lapso.