No podemos exigirnos tanto. Nos ponemos al límite como si fuéramos máquinas, y ni a una máquina le pediríamos tanto.
Al final nos extraña que un día se nos queme un fusible, se nos gripe el motor o se nos ponga en huelga cualquier pieza esencial (que a fin de cuentas, son casi todas).
Tengo la sensación de que a veces estamos vagando entre dos mundos. Uno en el que tenemos que estar y otro en el que queremos estar. Pero en el que queremos estar pasamos las horas intentando olvidar el primero y temiendo el momento de volver a sumergirnos en sus aguas turbulentas.
No hay, por tanto, un Olimpo al que dirigirnos. No parece que vayamos a encontrar un descanso consciente, sino más bien un olvido repentino en el momento menos esperado.