Se quedaron ahí, acurrucados a un lado, y los vimos pasar a toda velocidad desde la ventanilla.
Huelen a ropero cerrado, saben a pasado. Ya no encajan.
Es posible que vuelvan (volverán) cuando ya los hayamos olvidado. Y tal vez reclamen un espacio que nunca fue suyo.
Pero habremos aprendido a ignorarlos. A que no nos importe. Y que ya no duela.