Pocas veces he estado tan cerca de Dios que escuchando Bayou de Jimmy Smith a partir del 2:06. Ahí llega un éxtasis con el que podría intentar comprar una vida eterna que no sé si merezco.
¿Jimmy Smith era creyente? Lo ignoro, pero la existencia de Dios no depende de nuestras creencias. ¿Podría estar Dios manifestándose a través de un instante concreto de un organista virtuoso? ¿Estuvo Dios detrás del encierro de Smith para aprender a tocar el Hammond? Quién sabe. Quién sabe si yo no veo en sus acordes más que un terco y torpe intento de salvar mi alma, que es lo único verdadero que tengo. Quién sabe si no es más que el miedo. El miedo de Smith por no tocar una pieza impecable, mi miedo por no saber interpretar el significado de esa pieza.
Sólo sé que cada vez que la escucho, mis resortes más profundos y olvidados se estremecen como si estuvieran reconociendo algo inequívoco que condensa, a la vez, todas mis vivencias pasadas y las que aún están por venir. ¿No es eso, de alguna manera, divino y sagrado?