Es placentero, por calmo e inalterable, el momento de la vida en que uno puede reconocer que ha hecho todas la grandes cosas que se proponía hacer. En mi caso, bañarme en el mar, conocer a la mujer de mi vida, tener hijos y escribir algunos libros.
También es en cierto modo tenebroso, porque sugiere que uno podría haber agotado sus incentivos para seguir viviendo, sobre todo porque el equilibrio de la vida debería traer malos momentos.
Y aquí es donde, tras algunas vicisitudes, uno descubre que la vida es esa amalgama incierta en la que nos sumergimos para intentar llevarnos algunos buenos momentos del fondo, aunque cuando llegamos a la superficie se nos caigan y se pierdan para siempre.