A mi amigo Carlos Díaz González. First began, PJ Morton
—Ayer me acordé de ti —comienzo.
—No me digas.
—Sí, estabas parado en medio de la calle, el último día que nos vimos, con ese porte elegante tuyo. La cosa es que fui recordando y me acabé inventando el final.
—No me vengas por ahí, Edu, no me vengas por ahí…
—No, escucha. ¿Te acuerdas que tuviste que irte antes? Pues ahora te quedabas y nos tomábamos esa copa en el Garlochí, que en realidad se nos quedó pendiente.
—Y ya no va a poder ser —dices, encogiéndote de hombros.
—Y ya no va a poder ser…
—Oye, te veo bien, ¿eh? —sueltas, con un poco de sorna.
—Yo a ti también. Oye, quería pedirte perdón.
—¿Perdón por qué? —dices, sorprendido.
—Porque no he estado ahí contigo… cuando más lo necesitabas. La única vez que de verdad lo has necesitado, me cago en la puta.
—Coño, Edu, no me jodas. ¿Ya no recuerdas cuando viniste a verme al hospital, que te pasaste ahí la tarde entera conmigo? ¿O cuando me tuviste que aguantar los lamentos por Elena?
—Ya, Carlos, ya, pero es que he mirado nuestras conversaciones y hacía más de un año que no hablábamos.
—Tampoco te he llamado yo a ti —respondes—. Mira, déjate de melodramas, déjate de melodramas…
—No sé, pero es que son muchas cosas. Es el libro. ¿Lo llegaste a publicar?
—No me acuerdo —dices.
—¿Cómo que no te acuerdas? —pregunto, incrédulo.
—Hay cosas que se me han olvidado. No recuerdo si llegué a publicar el libro. Pero la verdad es que me da igual. Yo lo que quería era escribirlo, quitármelo de encima.
—Para mí, leerlo fue como volver a conocerte. Estás en cada página de ese libro. Eres tú y todo lo que destilas. Tu elegancia, tu profundidad… ¿Cómo se va a quedar eso en el olvido? —te pregunto.
—Yo qué sé… A mí me vale con que tú lo leyeras con cariño.
—Llevo todo el día pensando en ti, acordándome de nuestras conversaciones, y no te lo voy a negar, llorando.
—Te lo agradezco de verdad, Master. Supongo que en los últimos meses me refugié en mí mismo —te justificas.
—¿Y cómo sé que esto no es una salida que me estoy construyendo yo mismo para aliviar el sentimiento de mal amigo que tengo? —te pregunto.
—Si fueras un mal amigo, no estarías llorando por mí.
—Joder, Carlos, se nos han quedado tantas cosas en el aire… Teníamos ese relato a cuatro manos. Teníamos tantas cenas. Teníamos toda la vida, y ahora, nada.
—Pues quédate con lo que hemos tenido, que no es poco. Nos conocimos de adolescentes y ya somos cuarentones.
—Bueno, yo casi —alego.
—Vete a tomar por culo —dices, con esa sonrisa tuya que cautivaría a cualquiera, que me cautivó desde siempre—. Bueno, ya va siendo hora, ¿no?
—Me jode tener que despedirnos tan pronto, pero por lo menos, esta vez va a haber despedida.
—Cuando te vengas a dar cuenta, estás aquí conmigo —bromeas.
—¿Por qué has tenido que irte tan pronto? —te pregunto.
—¿Y tú me vas a preguntar esa moñada? Lo hemos hablado muchas veces. Aquí estamos de paso.
—Sabes que me voy a acordar de ti siempre que escuche a Babyface, cada vez que lea a Dumas o a Poe, cada vez que vea a un dandy.
—Y yo me alegro.
—Te quiero, Carlos. Nunca te lo dije, pero espero que ahora lo sepas.
—Déjate, anda, déjate, que te están esperando. Y dame un abrazo ya, hombre.
Darte ese abrazo que no he podido darte, girarme mientras me marcho y verte sonreír una vez más, es un regalo que te he robado. Espero que no te moleste. Espero que me perdones.