El brillo sobre un paquete
de patatas fritas
o el fluir imparable de un frigopié
antebrazo abajo,
eran todo lo que se podía esperar
de un verano de los de entonces.
La playa desierta.
La palabra de sol.
La tortilla de papas.
El filete empanao.
La digestión de dos horas.
El cóctel de mariscos
en un lugar que pretendía ser
elegante.
Y toda la nostalgia que se venía
sin tú saberlo.