En duermevelas escuchó a dos personas susurrando. Una de ellas era su mujer. Recogió palabras sueltas, pero dedujo que conspiraba con un amante para matarlo y enterrarlo. Se fue a incorporar pero los músculos no le respondieron. Lo habrían sedado. Todo estaba muy oscuro y las voces sonaban amortiguadas. Quiso pedir auxilio pero fue en vano. Entonces una súbita luz blanca lo cegó, y al instante vio, a través de una especie de ventana, el rostro hinchado por el llanto de su mujer, que le estaba dando el último adiós.
Microrrelato incluido en Lapso.