Manías

Hombreras

A E.S.Q.

Temprano con Curro, como de costumbre. Centro comercial, nada mejor que hacer aunque tengo que sacar al perro y ordenar mi cuarto. La gente en los centros comerciales se comporta en base a extrañas manías que la ciencia moderna aún no ha conseguido descifrar. En el futuro los niños estudiarán estas cosas en el colegio bajo rimbombancias como Estilos estereotipados en los entornos psicoambientales contemporáneos, pero las notas seguirán siendo sobresalientes, insuficientes, notables y casos perdidos; y en verano seguirá habiendo envidiados y raros ejemplares de empollón, que convivirán con los condenados a tres meses de estudio y reclusión. La gente, decía, se comporta siguiendo maniáticos patrones que Curro y yo solemos observar desde nuestra merecida altivez. Por ejemplo, la señora de las hombreras. Se mueve ordenadamente de estantería en estantería. Saldrá sin comprar nada, cosa que por supuesto no le importa y que quizá no ha pensado al entrar, pero ella recorre con devoción una y otra estantería, las examina y coge un objeto al azar. Sus hombreras la siguen. Curro hace un comentario que no termino de escuchar porque las hombreras. Busco algo cerca de la señora para seguir observando sus hombreras. Siento entonces una tímida necesidad de apretar una de sus hombreras con la mano. La necesidad se asoma con cuidado y se presenta: “Me gustaría apretar esa hombrera con la mano”, y además de no entenderla, me provoca una duda: ¿Cuál de las dos? Intento dialogar con ella, pero descubro que además de tímida es terca y no quiere razonar. “Apretarla con la mano.” La señora sigue su recorrido dando saltitos como de gorrión que busca comida y abre las alas para avanzar, pero en vez de alas son hombreras y tengo que apretarla. ¿Cuál? Insisto pero nada. “Apretarla con la mano y punto.” La necesidad empieza a volverse exigente y seca. Curro se asusta porque sigo a la mujer con la expresión de la cara en otra parte. Todo mi mundo se concentra ahora en apretarla. Pasillo, estantería, bote de perfume, estoy a su lado y mi mano recorre ya la distancia prohibida mientras Curro casi ha echado a correr de vergüenza.

Agarro la hombrera y la aprieto con fuerza una, dos, tres veces, despacio, disfrutando el instante.

La señora me mira, gorrión confuso, y yo sigo mi camino sin decirle nada, inventando alguna excusa para explicarle a María por qué vamos tarde.

 

Microrrelato incluido en Lapso.