Las puertas del autobús

Autobús

A Beto

Cualquiera que haya frecuentado los autobuses de Sevilla, habrá presenciado la siguiente situación. Una persona (suele ser un anciano) queda atrapada por las puertas de salida. Dos o tres segundos más tarde, varios pasajeros se giran para gritar al conductor que lo libere, no sea que la goma de las puertas o sus motores de cohete Saturn V lo partan por la mitad.

Así sucedió la otra tarde. Yo andaba distraído revisando tuits cuando, de pronto, varias voces se elevaron exigiendo la liberación de un anciano que había caído en la trampa. El conductor miró por el retrovisor, hizo una mueca y pulsó el botón con desgana. La puerta no se abrió. Volvió a darle un par de veces pero nada. El anciano pedía ayuda con leves quejidos que eran casi una tos suave. Algunos pasajeros corrían por el pasillo para gritarle al chófer a la cara, pero él ni se inmutaba. Parecía tomárselo como una cosa del destino. Asomé la cabeza por la ventana para pedir ayuda a la gente que estaba en la parada, y entonces noté que una parte del cuerpo del hombre no estaba dentro pero tampoco fuera. Algunos curiosos miraban con cierta inquietud, pero nadie lo ayudaba. Yo tampoco podía moverme. Estaba paralizado. El anciano ya había dejado de quejarse. El chófer arrancó el motor, metió primera y el autobús empezó a moverse. Ya apenas se veía parte de una pierna. «Ahí va otro más», comentó alguien.

 

Microrrelato incluido en Lapso.