La invitación

Carne

Era un conversador sin igual, tenía unos modales casi tan exquisitos como los platos que servía, y un apetito insaciable por todos los placeres de la vida. Esta noche le había propuesto cenar en la oscuridad. Así, decía, el sentido del gusto se acentuaba y la comida alcanzaba una dimensión casi sobrenatural. La invitación le resultó tan extraña como atractiva, aunque no podía entender cómo iba a mejorar su comida, que siempre tenía un toque indescifrable. Regó los entremeses con un vino que optó por no revelar y que los envolvió con sensaciones lentas y sinuosas. Pudieron pasar minutos, horas o meses, pero no importaba. Durante la cena sintió un alivio equivalente a estar en suspensión o a descansar relajadamente sobre el agua. Todo era delicioso, sublime, como de otro mundo. Esta vez se había superado. Quiso decírselo, pero no encontró las palabras precisas y temió estropear el momento. Entonces notó que habían estado todo el tiempo en silencio. Como ya se acercaba el momento del postre, le preguntó si podía desvelarle el secreto de los platos. Susurrando, le pidió que se acercara. Al intentar levantarse cayó bruscamente al suelo. Tras el desconcierto inicial, tratando todavía de asimilar lo que había pasado, descubrió que no tenía piernas, sus tiernas y exquisitas piernas.