El Alma Cálida

Forgotten - Abandoned Factory by *ThoRCX
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A Brian W. Aldiss

Siguiendo instrucciones que sólo él podía entender, pues se hallaban escritas en un gran cartel blanco, extrajo una pesada caja de vida del interior del Alma Cálida. Ahora sólo restaba introducir otra caja igual, que debía estar en la sala contigua.

Nunca se hablaba del Alma Cálida. Sólo se sabía de ella por la Leyenda Ancestral, que compilaba el saber pasado y futuro de toda su civilización y que pasaba de padres a hijos en forma de cuentos.

El día que el Inútil fue requerido por el Consejo Primordial, su madre se sintió tan orgullosa que no dejó de preparar comida en todo el día. El Inútil era el único habitante del mundo incapaz de hacer algo aprovechable. Todos los demás llevaban a cabo un oficio con más o menos habilidad. Él, en cambio, sólo sabía leer y escribir. Su aprendizaje era un misterio, porque cuando era interrogado al respecto, sonreía con simplicidad y terminaba por disuadir a sus interlocutores con una mirada fija e inexpresiva que podía durar horas.

Ya en el erudito salón donde lo habían citado, el Consejero Índice le habló en estos términos:

—Te hemos hecho venir para encomendarte una misión. Eres libre de aceptarla o declinarla, pero debes saber que la continuidad de nuestro mundo depende de su éxito.

—El Inútil había adoptado esa odiosa actitud de sordera intelectual que tanto irritaba a sus conciudadanos. Los ancianos esperaban una respuesta.

—La aceptaré —dijo de manera monocorde.

—No te hemos explicado en qué consiste —replicó uno de los ancianos, de ojos pequeños y mandíbula estrecha.

—Nunca he hecho nada útil —aclaró el muchacho—. Mi madre se alegrará.

—Bien —dijo el Consejero Índice—, no cabe más demora. Debes llegar hasta el Alma Cálida y reanimarla. Podemos indicarte el principio del camino, pero nadie ha llegado muy lejos, o al menos no ha vuelto. La Leyenda Ancestral dice que cuando estés ante ella, sabrás cómo actuar.

—¿Qué es el Alma Cálida? —preguntó el Inútil.

—Es el alma del mundo, lo que nos mantiene vivos —le explicó un anciano espigado—. Su calor ha durado innumerables generaciones, pero se está enfriando, lo cual nos condena inexorablemente.

Ahora estaba allí, en una sala oscura dominada por una cúpula, frente a la mítica Alma Cálida. Era enorme, cilíndrica y parecía de cristal, porque en su interior se veía una placa gris que se alzaba más o menos hasta la mitad de su altura. A lo largo de la superficie había numerosas rayas horizontales, unas más prolongadas que otras. Las más largas tenían números a su izquierda, que iban del cero al cincuenta. Siempre se la había imaginado como un ser vivo, pero a pesar de su simplicidad, entendió que sólo era un objeto inerte. Aunque le habría gustado ser recibido por sus amigos en una gran fiesta que celebrara su heroicidad, aunque el descenso de la placa gris no se detenía, aunque sobre sus hombros recaía toda la esperanza, la última esperanza, allí no había ninguna caja de vida que salvara a la enigmática Alma Cálida. Recordó las últimas palabras que había cambiado con los ancianos:

—Yo no tengo ninguna virtud. No sé trabajar ni usar las manos —protestó el Inútil.

—Tienes la única virtud que puede servir en este viaje —le respondió el Consejero Índice—: sabes leer y escribir. Se dice que sólo un lector puede reanimar el Alma Cálida.

La lectura ya no servía. Empezaba a hacer frío, así que el Inútil se arrinconó para escribir la prodigiosa historia de su mundo, los pasteles de su madre, la incisiva mirada del Consejero Índice y la paradójica frialdad del curioso artilugio que llamaban Alma Cálida, testigo ulterior de un sueño que todos debían dormir. Mientras tanto, la placa gris seguía decreciendo. Cuando llegó a la cifra más baja, a los cero grados centígrados, los papeles cayeron con suavidad y el indicador luminoso de un destartalado aparato, cuyas baterías se habían agotado, se apagó definitivamente. En el viejo almacén sólo quedaba una fría penumbra azul que ocultaba el polvo de las máquinas, de todos esos cementerios que alguna vez fueron universos llenos de vida.

 

Relato incluido en Lapso.