Barba

Barba

A Pablo

Había en el hecho de tener barba una especie de disociación, como si uno empezara a ser otro sin dejar de ser el que se afeitaba cada día. De vez en cuando, un vistazo distraído al espejo y era como reconocer a un extraño que de pronto resulta ser alguien conocido.

Cambian los hábitos (el afeitarse a parches, el cuidado al comer y al beber, el acudir a la barba para invocar pensamientos y reflexiones…) y cambia la idea que otros se hacen de nosotros. Hay estudios según los cuales la barba hace parecer más agresivo. Otros ven a alguien respetable, lo sea o no.

A ratos le costaba acostumbrarse a desvelar que era él, a que su interlocutor pasara del asombro a la normalidad una vez que vencía la desconfianza de ese rostro nuevo. Recordaba con estupor a otros amigos que se habían dejado barba sin provocar ese efecto en los demás. Desde que esos pelos irregulares y caprichosos habían ocupado parte de su cara, el carnicero de su barrio lo empezaba tratando de usted, algunas vecinas le habían retirado el saludo y tenía serios problemas para que lo atendieran en diversos lugares habituales.

Una mañana que había amanecido lenta y turbia, se arrastró con trabajo hasta el baño, colocó la toalla sobre el cristal de la ducha y se volvió hacia el espejo. El susto le hizo dar un salto hacia atrás y golpear con fuerza la mampara. Con el eco todavía de la hoja vibrando contra su espalda, se vio a sí mismo sin reconocerse, como si fuera un extraño. La mirada aguda, el gesto serio, algún pensamiento ajeno. Poco a poco se fue relajando y comprobó que era él, que sin duda alguna era él. Se duchó, se vistió y salió a la calle sin volver a mirarse.

No podía quitarse de la cabeza que había perdido algunos amigos desde que decidió dejar de afeitarse. Claro que todo podía deberse a la casualidad. A una inquietante y espesa casualidad que lo iba envolviendo como un abrazo. Tampoco lo abandonaba la idea de afeitarse para (le daba vergüenza pensarlo) recuperar su vida, pero entonces lo invadía un agobio tan insoportable que le cortaba el aliento. Al fin y al cabo, la barba no estaba tan mal y lo hacía más interesante. Todo lo demás era circunstancial o pasajero, pero su verdadera identidad lo acompañaría siempre. En eso, más o menos, estaba pensando cuando entró en casa, avanzó hasta el salón con la sensación de que había alguien en la cocina, y al volverse, un tipo con mueca de horror que empieza a forcejear con él más como si tratara de protegerse que de agredirlo, la sangre fluyendo ya cálida hasta el suelo, el cuchillo temblando en la mano del otro, en la mano de ese que es él sin barba, que lejanamente conserva algo de su identidad pero incapaz ya de reconocer al que está a punto de apagarse para siempre.

 

Relato incluido en Lapso.